ULTIMA LLAMADA
El
problema viene cuando sientes el frío por dentro. La vida entonces pasa a
contarse por minutos y no por años.
No tienes
muchas esperanzas de sobrevivir cuando te encuentras a cientos de kilómetros de
cualquier ruta marítima y a más de mil del fuerte más cercano. Las esperanzas
palidecen todavía más en tu cerebro cuando sabes que esas rutas marítimas se
encuentran totalmente bloqueadas por el hielo y lo van a seguir estando durante
al menos un par de meses más.
- Nadie
va a venir a salvarme, es aquí donde voy quedarme para siempre.
Es aquí
donde con suerte alguien tropezará con mis huesos pelados y dispersos y se
preguntará como demonios llegué tan lejos. Nuestro cerebro es un testarudo
Pepito grillo que se resiste a creer que somos capaces, muy capaces de morir.
Los diez centímetros de nieve que llevo acumulada a mi espalda no parecen hacer
mella en mi dura cabezota, tampoco parece que mis pies congelados manden
ninguna señal entendible al conjunto de aturdidas neuronas que se apelmazan
dentro de mi cráneo.
- No
importa, pronto desaparecerán y dejarán la cavidad vacía, hueca.
Tampoco
notarás la diferencia. Pronto mi cerebro se transformará en una pulpa
gelatinosas que la providencia dirá si servirá al menos para satisfacer el
hambre despiadada de algún oso polar o de algún lobo.
Pero aún
puedo ver. Tumbado boca abajo con la cara mirando al frente puedo ver el
terreno que tengo ante mí, un terreno que no voy a poder recorrer, me temo, al
menos no andando. También puedo mover las manos.
- ¿Ves
como no está tan mal la cosa?
Calla,
joder, ¿cómo puedes todavía pensar que vamos a salir de esta? Si mis pies son
dos enormes icebergs enfundados en unas finas botas de piel con los que no
podré dar ni un paso más.
- ¿No
pensarás que vas a poder arrastrarte todo el camino? ¿Verdad?
Mis
compañeros hace ya horas que han desaparecido de mi vista pero mis estúpidos
ojos se aferran al horizonte tratando de localizar alguna figura oscura que
avance hacia mí.
- No van
a venir. Pero no sufras, ellos tampoco lo van a conseguir.
Maldito
sea el momento en que me caí, ¿quién se iba a imaginar que no me iba a poder volver
a levantar? Las huellas del trineo se dirigen hacia el infinito en línea recta
desde donde estoy. Las veo bien porque el bote que el trineo lleva encima hace
que hayan dejado una profunda marca en la nieve blanda.
La
ventisca no ayuda, no distingo nada, pero ¿qué hay que distinguir? estoy solo,
toma conciencia de eso, cerebro mío.
Todavía
puedo mover la mano izquierda. Gracias a Dios la tengo cerca de la cara y puedo
quitarme la nieve de los ojos para ver si viene alguien a buscarme. Imagino que
no tardarán. Noto el peso de la nieve sobre mi espalda y hombros, por debajo de
la cadera ya no siento nada y la tripa me arde y siento punzadas. ¿Habré caído
sobre alguna piedra angulosa o se trata de mi estómago que se está devorando
asimismo por el hambre?
- ¿Cuánto
hace que no cómo?
No quiero
pensar en lo último que me eché a la boca, eso si que no lo obvia mi cerebro.
Lo tiene muy presente, demasiado, algo para olvidar.
- Si no
como algo pronto me moriré...
¡Jajajaja!
Como si ese fuera mi mayor problema. La barriga me ha dejado de doler, lo he
notado al despertarme esta última vez. Tampoco puedo mover más que el índice y
el anular de la mano. Lo justo para quitarme los copos del ojo izquierdo. El
párpado del derecho está soldado y ya no lo puedo abrir.
- No
siento nada.
Bueno,
siento frío en los pulmones, creo que se están congelando o algo parecido. La
boca la tengo abierta y el aire hace un ruido raro al salir. No sé si lo que
tengo dentro de la mandíbula es mi lengua o una piedra helada, se mueve todavía
pero la siento en el paladar como un cuerpo extraño a mi.
La
garganta, de tan estirada como está se ha salido de la bufanda y la noto como
un collarín de escayola.
Pero
espera, está parando de nevar, vuelvo a ver el horizonte.
-¡Rápido,
no se cuanto tiempo podré aguantar con el ojo abierto!
Tengo esa
sensación de sueño que te invade cuando ya no puedes aguantar ni un solo
segundo despierto más. Pero tengo que aguantar un poco más porque si vienen
tengo que poder avisarles de que estoy aquí. Llevo ya demasiado tiempo
esperándoles.
- Les
veo, ya era hora, por fin han vuelto a por mi.
- ¿Lo
ves?
Veo una
sombra en el horizonte a través de mis pestañas. Solo puedo ver a través
de una pequeña ranura, pero no me cabe ni la menor duda de que la sombra se
dirige hacia mi. No viene en línea recta, sino que camina trazando un amplio
zig zag y de su cuerpo chaparro y oscuro parten cuatro largas patas delgadas
hacia el suelo.
- Puedes
relajarte, ya ha pasado todo.
Cuando
cierro por fin totalmente el ojo, noto como un aliento cálido eriza los pelos
de mi nuca, seguramente la última parte sensible de mi cuerpo. También oigo un
gruñido.
Mi
cerebro, me tranquiliza:
-Tranquilo,
todo va a salir bien.
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